Hoy les vamos a contar nuestra historia. Todavía éramos ‘’de leche’’ cuando fuimos a vestirnos de gala en el consultorio de Edwin Fischel, quien con un poquito de éter a nuestra dueña adormecía.

-‘’Ya podés irte, Fritz’’- le oímos decir un día, pero unas pequeñas uñas de seis años en el rostro del dentista dejaron su huella.

Fuimos creciendo y Norma Zeledón, con su dulce mano, nuestras caries rellenó. Mas el día en que nuestra dueña vio, que Francisco la sustituía, por las escaleras corrió, y aunque no lo crean, Francisco jadeante la siguió.

Nos llevaron a vivir a Lausanne, y ahí a la encía operaron. No era la ‘’lumière’’ lo que afectaba sino las dos grande manos. Tal fue el dolor y la hinchazón que ni el ‘’mago’’ en la función de ‘’Mont Choisi’’ lo pudo remediar.

Volvimos a Coronado y Victor Hugo Román en nuestro amigo se convirtió. Llegaron las ‘’jackets’’ de acrílico y en el suelo nos pasábamos. Un día, antes de un paseo, de nuevo en el suelo aterrizamos, con tal mala pata, que sufrimos una infección.

Conocimos al doctor Brenes Espinach, que por el antiguo Banco Anglo estaba, y con una maquinilla las encías nos arreglaba. Pasó el tiempo y de nuevo tijeritas, ‘’Blinky’’, nuestra amiga María Isabel Hernández, a las encías aplico. Encías que también con pasta rosada Jose Antonio Echeverria cubrió. Fueron tan famosas esas encías que en el Calderón Guardia, para probar en una tesis la obesidad, a la ‘’U’’ ayudaron.

Otras manos cariñosas también recordamos: las de don Rafael Lachner, allá en la avenida 5; las de Christian Vargas, querido ex alumno; Ana Lorena Soto y Julio Obando, que tanto nos cuidaron.

Llegaron luego los puentes, y como los de ‘’London Bridge’’, muchas veces ‘’Falling Down’’.

Qué bueno Roberto Cob, donde Abelardo nos mando; en un solo ratito al nervio despidió.

Pasó el tiempo y, por una visita inesperada, el hipoclorito vino a anotar un penal y a nuestra dueña dejo fatal. Pero dos manos de ángeles: Elizabeth Meza y Peto Lachner, la situación solventaron. Cajita azul en las noches y sonrisa de día; hasta que con alegría fuimos donde Mario Garita.

Aquí termina nuestra historia pues el milagro se ha logrado. Ahora sonreímos orgullosos; ya podemos ir a un restaurante y pedir chuleta o ‘’filet mignon’’, sin jalarnos un tortón, pues implantados o con carillas, estamos siempre sonrientes, dándole a Peter las gracias y bendiciendo a todos los que nos ayudaron en este largo caminar.

¡Nunca los vamos a olvidar!